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viernes, 9 de octubre de 2009
» Entonces me irrité y maldije, con la maldición del
silencio, el río y los nenúfares,
y al viento, y al bosque, y al cielo, y al trueno, y a los suspiros de los nenúfares. Y por la maldición fueron castigados y se tornaron mudos. Y cesó la luna en su trabajosa ruta por el cielo. Y el trueno expiró, y no centelló el relámpago. Y quedáronse quietas las nubes. Y descendieron las aguas de su lecho, y descansaron. Y cesaron de agitarse los árboles, y ya no suspiraron los nenúfares. Y no se elevó el menor rumor, ni la sombra de un sonido, en todo aquel gran desierto sin límites.
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